El correísmo ha encerrado al país en una espiral devastadora. Ni ganó con la transparencia que debía, ni otorgó el triunfo a la oposición y sus argucias permiten suponer que debió haberlo hecho. Ni tiene un presidente legítimo, aceptado como tal, ni da paso a un proceso que ponga a los dos candidatos en la situación de reconocer, ante evidencias contundentes, el resultado. Cualquiera que este sea.
El correísmo piensa lineal: el CNE dio el triunfo a Lenín Moreno, Lasso debe reconocerlo y el país con él. No importa si ese juez es correísta, como el Tribunal Contencioso Electoral. Esos son detalles. Juan Pablo Pozo hace odas a Correa. Debe ser su libre ejercicio a la libertad de expresión. Hay evidencias y pruebas de fraude: las niega. Y cuando acepta las impugnaciones, las reduce al mínimo: en Pichincha se debían examinar 500 actas; se abrieron 39. Experto en estos menesteres, el correísmo sabe que si mantiene una ventaja, cualquiera que sea sobre Guillermo Lasso, Moreno podrá mutar de Licenciado a Presidente.
En esa lógica se incluye, entonces, decir cualquier cosa: Que el sistema se cayó, que el sistema no se cayó, que el sistema es híper seguro, que el sistema fue hackeado…
Amedrentar y amenazar con juicios y cárcel medios, organizaciones y personas para imponer sus resultados.
Presentar a Moreno en sociedad como Presidente: ante el cuerpo diplomático, ante la prensa extranjera o mandarlo de gira…
Legitimar a Moreno no es, no obstante, el único problema que tiene Rafael Correa por delante. Le quedan 43 días en Carondelet. Un tiempo suficiente para incidir, peor aún para fraguar, los escenarios ante los cuales se encontrará el país. Pero, en cualquier caso, esta vez los astros no están alineados a su favor. Quizá lo sepa.
Es verdad que Correa ha dado muestras de querer exacerbar todos los factores de la disputa. Para él, de hecho, no hay disputa. Aquellos que impugnan los resultados son malos perdedores y promete juicios y cárcel para aquellos que publicaron resultados diferentes a los suyos. Los allanamientos no solo muestran que usa la policía en un asunto estrictamente partidista: transmite su voluntad de imponer esa decisión por la fuerza. Si se suma su lenguaje marcial, su actitud guerrera y el uso de la Fiscalía, es obvio concluir que el país está frente a un hombre y un gobierno decididos a avivar el fuego.
Sin embargo, jugar al caso cerrado y al cansancio de la gente en la calle, no parece haber producido el resultado esperado. En cambio, Correa está destrozando el capital político de Moreno y llevando al Ecuador a un punto de conflagración que no se compadecen con el poco tiempo que le queda en la Presidencia. A menos de que Moreno dé muestras de querer ser el presidente de todos los electores, si su triunfo es refrendado en forma transparente. En ese caso tendría que imponer, desde ahora, condiciones diferentes a Alianza País.
En ese punto, Correa está ante dos escenarios: cambiar de estrategia y considerar seriamente mecanismos para saldar democrática y legítimamente la disputa. O aplastar el acelerador y hundir el país en el enfrentamiento. Profundizar el conflicto le permitiría incidir en el caos callejero y forzar a los militares, que nunca aceptarán un baño de sangre entre ecuatorianos, a mediar como lo hicieron en el pasado. Eso le daría rédito político a él. Le permitiría cambiar de perfil ante la comunidad internacional: de político tramposo a víctima.
Si su intención no es esa, victimizarse, (como siempre lo ha intentado), Correa tendría que pensar que la vía escogida (imponer cínicamente a Moreno aprovechándose de ser el patrón de Juan Pablo Pozo y del CNE), es la peor para un posible gobierno de Moreno. Le bastaría con echar un ojo a la gente que, en las redes sociales, no lo alaban: encontrará que sus actos, sus palabras, sus amenazas, sus allanamientos han dejado el discurso de Moreno y su figura en soletas.
Si aún así quiere imponerlo por la fuerza, arriesga una conflagración nacional de consecuencias impredecibles. De sentarse Moreno en Carondelet, lo haría en condiciones de debilidad política tan extremas que su gobierno no solo sería ilegítimo: sería inviable. Basta con imaginar un Presidente con esas características encarando la lista de Odebrecht o de cualquiera de los otros casos de corrupción. O procesando las facturas del mal manejo económico, las deudas, la división de su frente interno…
Esas circunstancias hacen pensar que Correa, lejos de ayudar a resolver la disputa con visión de futuro, solo visualiza los 43 días que le restan en la Presidencia. Por eso cree que esta disputa de legitimidad se arregla incendiando el país y, de paso, atentando en todas las formas posibles contra Lenín Moreno. Quizá con su consentimiento.
Autor: José Hernández
Fuente: 4 Pelagatos
Policía Allanó Instalaciones de CEDATOSpor Ecuadornoticias
Artículo de José Hernández: "El correísmo ya destrozó a Lenín Moreno" |
El correísmo piensa lineal: el CNE dio el triunfo a Lenín Moreno, Lasso debe reconocerlo y el país con él. No importa si ese juez es correísta, como el Tribunal Contencioso Electoral. Esos son detalles. Juan Pablo Pozo hace odas a Correa. Debe ser su libre ejercicio a la libertad de expresión. Hay evidencias y pruebas de fraude: las niega. Y cuando acepta las impugnaciones, las reduce al mínimo: en Pichincha se debían examinar 500 actas; se abrieron 39. Experto en estos menesteres, el correísmo sabe que si mantiene una ventaja, cualquiera que sea sobre Guillermo Lasso, Moreno podrá mutar de Licenciado a Presidente.
En esa lógica se incluye, entonces, decir cualquier cosa: Que el sistema se cayó, que el sistema no se cayó, que el sistema es híper seguro, que el sistema fue hackeado…
Amedrentar y amenazar con juicios y cárcel medios, organizaciones y personas para imponer sus resultados.
Presentar a Moreno en sociedad como Presidente: ante el cuerpo diplomático, ante la prensa extranjera o mandarlo de gira…
Legitimar a Moreno no es, no obstante, el único problema que tiene Rafael Correa por delante. Le quedan 43 días en Carondelet. Un tiempo suficiente para incidir, peor aún para fraguar, los escenarios ante los cuales se encontrará el país. Pero, en cualquier caso, esta vez los astros no están alineados a su favor. Quizá lo sepa.
Es verdad que Correa ha dado muestras de querer exacerbar todos los factores de la disputa. Para él, de hecho, no hay disputa. Aquellos que impugnan los resultados son malos perdedores y promete juicios y cárcel para aquellos que publicaron resultados diferentes a los suyos. Los allanamientos no solo muestran que usa la policía en un asunto estrictamente partidista: transmite su voluntad de imponer esa decisión por la fuerza. Si se suma su lenguaje marcial, su actitud guerrera y el uso de la Fiscalía, es obvio concluir que el país está frente a un hombre y un gobierno decididos a avivar el fuego.
Sin embargo, jugar al caso cerrado y al cansancio de la gente en la calle, no parece haber producido el resultado esperado. En cambio, Correa está destrozando el capital político de Moreno y llevando al Ecuador a un punto de conflagración que no se compadecen con el poco tiempo que le queda en la Presidencia. A menos de que Moreno dé muestras de querer ser el presidente de todos los electores, si su triunfo es refrendado en forma transparente. En ese caso tendría que imponer, desde ahora, condiciones diferentes a Alianza País.
En ese punto, Correa está ante dos escenarios: cambiar de estrategia y considerar seriamente mecanismos para saldar democrática y legítimamente la disputa. O aplastar el acelerador y hundir el país en el enfrentamiento. Profundizar el conflicto le permitiría incidir en el caos callejero y forzar a los militares, que nunca aceptarán un baño de sangre entre ecuatorianos, a mediar como lo hicieron en el pasado. Eso le daría rédito político a él. Le permitiría cambiar de perfil ante la comunidad internacional: de político tramposo a víctima.
Si su intención no es esa, victimizarse, (como siempre lo ha intentado), Correa tendría que pensar que la vía escogida (imponer cínicamente a Moreno aprovechándose de ser el patrón de Juan Pablo Pozo y del CNE), es la peor para un posible gobierno de Moreno. Le bastaría con echar un ojo a la gente que, en las redes sociales, no lo alaban: encontrará que sus actos, sus palabras, sus amenazas, sus allanamientos han dejado el discurso de Moreno y su figura en soletas.
Si aún así quiere imponerlo por la fuerza, arriesga una conflagración nacional de consecuencias impredecibles. De sentarse Moreno en Carondelet, lo haría en condiciones de debilidad política tan extremas que su gobierno no solo sería ilegítimo: sería inviable. Basta con imaginar un Presidente con esas características encarando la lista de Odebrecht o de cualquiera de los otros casos de corrupción. O procesando las facturas del mal manejo económico, las deudas, la división de su frente interno…
Esas circunstancias hacen pensar que Correa, lejos de ayudar a resolver la disputa con visión de futuro, solo visualiza los 43 días que le restan en la Presidencia. Por eso cree que esta disputa de legitimidad se arregla incendiando el país y, de paso, atentando en todas las formas posibles contra Lenín Moreno. Quizá con su consentimiento.
Autor: José Hernández
Fuente: 4 Pelagatos
Policía Allanó Instalaciones de CEDATOSpor Ecuadornoticias