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¡Todos estamos agotados!

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Ninguna frase de la larga intervención del presidente Rafael Correa en su último informe a la nación –el pasado 24 de mayo– fue tan contundente, clara y compartida por buena parte de los ecuatorianos como aquella de que el Ecuador debe descansar de él y él del país. ¡Todos estamos agotados!, efectivamente, de esta presencia abrumadora suya en el campo político, del absolutismo correísta, de tanta vanidad y arrogancia en el manejo de lo público –dueño de la verdad–, de tanto personalismo, de tanta descalificación y maniqueísmo de buenos y malos. Quizá le faltó decir al presidente que la revolución ciudadana, con su promesa refundacional, está cansada también de sí misma, agotada, sin otro destino, por el momento, que despedir al caudillo con todos los honores, llevarlo al panteón nacional de los héroes y encontrar un relevo decente para enfrentar las próximas elecciones.

Artículo de Felipe Burbano de Lara:  "¡Todos estamos agotados!"

Son dos retiros simultáneos los que vive el país: del caudillo y de la revolución ciudadana. Se va Correa y con él se acaba un proceso, un ciclo. Se llega al fin de un momento político del Ecuador íntimamente ligado a una estructura carismática de liderazgo, una versión populista del siglo XXI. Pero se acaba también el proceso iniciado en el 2007. Y por más que nos han repetido que el país cambió, que ya es otro, la transición nos coloca frente a incertidumbres y desafíos tan grandes, quizá incluso mayores, de aquellos que teníamos cuando Alianza PAIS llegó al Gobierno y emergía un horizonte posneoliberal, en medio del giro a la izquierda de América Latina. La esperanza se trocó en cansancio, en agotamiento emocional, en polarizaciones interminables, que se estrellaron siempre ante la intolerancia presidencial, una visión empobrecida de la democracia y el abuso sistemático de su mayoría parlamentaria. Han hecho lo que han querido, han aprobado todas las leyes que se les vino en gana, han multiplicado los recursos de su poder burocrático como no se había visto nunca antes, han engordado la institucionalidad del Estado, la han llevado a todos los ámbitos imaginables, han metido sus intereses en cuanto campo se puede imaginar, con la más absoluta falta de transparencia en el manejo de las finanzas públicas.

Si hay que sentirse aliviados con la transición se debe a que constituye, en muchos sentidos, una derrota de los afanes de perpetuación en el poder del propio Correa, de creerse eterno, irreemplazable, de pensar que el país se rendiría, finalmente, ante su inmenso poder, como se rindió Alianza PAIS. Se va agobiado por las circunstancias, por la crisis del petróleo, por el agotamiento de su política estatal y fiscal, por el triste golpe del terremoto, porque el país tiene más fisuras y problemas de las que él imaginó. Se va porque todos nos cansamos de su liderazgo y del enorme poder que llegó a concentrar.

Pero se va el caudillo y queda el Ecuador. Paradoja de este fin de ciclo. Quien proclamó día y noche su amor a la patria, su patriotismo sin límites, incondicional, se irá a un exilio dorado en Bélgica. Mientras tanto, el país queda agobiado por la crisis, con dos años por delante de severos retrocesos económicos y productivos, con el endeudamiento al límite, con una cadena interminable de atrasos y pagos pendientes, y sin ninguna transparencia de las finanzas públicas.

Bienvenida la transición, y abajo el caudillismo.


Autor:   Felipe Burbano de Lara

Fuente: eluniverso.com

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