En un comedero de carretera me expoliaron 23 dólares por un plato de pescado y cangrejo. Un pedazo de carne de res asada –regular en un local regular– cuesta 18 dólares. Esto contrasta con los 18 dólares del menú de mediodía del Ritz en Viena. O los 23 dólares de un gallo a la cacerola en Bruselas con la atención personalizada del chef.
Si no fuera porque son corresponsables de los experimentos populistas del PhD, no habría que culpar a la señora Aguiñaga, asambleísta, o al señor Carrasco, entonces ministro, por viajar de shopping a Marshalls o a Aventura Mall en Miami. Ellos pueden hacer esos viajes que la mayoría intenta realizar a Ipiales. Todos tienen el antipatriótico deseo de no pagar más por lo que se puede pagar menos.
A punta de propaganda los genios de la economía correísta se han convencido de que subir aranceles o encarecer el IVA, solo tiene impacto en los productos a los que se aplica el incremento. La verdad –y así funcionan agentes económicos y el mercado– es que el aumento de precios es generalizado. No solo porque el encarecimiento de los insumos o servicios encarecen el costo del producto o servicio, sino porque la tendencia es a que los precios locales alcancen los precios de los productos importados.
La evidencia empírica ha demostrado que las populistas y rentistas medidas de control de precios, de proteccionismo, de regulación de las conductas de operadores económicos y consumidores, son ineficientes en términos de proveer productos a bajos precios. Esas medidas encarecen los costos por los trámites añadidos para cumplir con los controles de la burocracia; encarecen el costo de la misma burocracia porque se requiere más para crear formularios, revisarlos y volverlos a crear; inducen a corrupción y mercados negros. Ipiales para los pobres y la clase media, y Miami para los ricos y los nuevos ricos, es la forma natural de recuperar el cauce incontrolable del mercado. O simplemente cae el consumo con los efectos depresivos en la economía.
Peor aún: por esta distorsión, el productor local empuja sus precios hacia arriba que pagan aquellos que, por algún motivo, no pueden huir por las fronteras para que su dinero rinda más. ¿Entenderán de este efecto regresivo los socialistas hacedores de políticas tan absurdas?
Pueden darse piruetas de los publicistas intentando convencernos de que ser patriota es consumir “primero lo nuestro”, o que se es traidor por consumir importado. Naturalmente el consumidor buscará pagar menos por lo mismo. Por ejemplo, si una camisa de reconocida marca internacional cuesta en la red 85 dólares y, a punta de aranceles, impuestos y patriotismo cuesta 165 dólares, es imperativo concluir que el comprador hará todo lo posible por pagar el menor precio.
Como excusa alegan que hay que proteger la dolarización evitando que los dólares migren hacia el exterior. ¿No será más sensato, más de sentido común, más acorde con visiones económicas contemporáneas y no añejas que, en vez de provocar este encarecimiento de los productos para evitar que aumenten las importaciones, creen condiciones para que aumenten las exportaciones? Cierta conmiseración provoca la defensa correísta en el sentido que han trabajado en favor de la competitividad; concepto que es relevante cuando hay competencia, acuerdos de libre comercio, libre concurrencia de productos y no restricciones, proteccionismo y mercados cerrados.
Otra fuente de incremento de costos de los servicios y productos ha sido el encarecimiento de las obligaciones laborales y las nuevas restricciones a la contratación. Eliminaron el contrato por horas, la intermediación y tercerización; actividades que demandan contratar por jornadas de trabajo inferiores al normal y ahora deben ser mantenidos como trabajadores fijos. Se encareció el retiro voluntario sancionando al empleador con un 25% de salario en el momento en que un trabajador renuncia. No se diga los aumentos salariales que siempre han estado por encima de la inflación y no han ido acompañados de productividad.
Fallida década. Lástima que la mayoría, hoy minoría, decidió entregarla para una aventura tan costosa. Y que deja más desempleados que cuando empezó.
Autor: Diego Ordóñez
Fuente: 4Pelagatos
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Artículo de Diego Ordóñez: "Vivir en el tercer mundo con precios del primer mundo" |
Si no fuera porque son corresponsables de los experimentos populistas del PhD, no habría que culpar a la señora Aguiñaga, asambleísta, o al señor Carrasco, entonces ministro, por viajar de shopping a Marshalls o a Aventura Mall en Miami. Ellos pueden hacer esos viajes que la mayoría intenta realizar a Ipiales. Todos tienen el antipatriótico deseo de no pagar más por lo que se puede pagar menos.
A punta de propaganda los genios de la economía correísta se han convencido de que subir aranceles o encarecer el IVA, solo tiene impacto en los productos a los que se aplica el incremento. La verdad –y así funcionan agentes económicos y el mercado– es que el aumento de precios es generalizado. No solo porque el encarecimiento de los insumos o servicios encarecen el costo del producto o servicio, sino porque la tendencia es a que los precios locales alcancen los precios de los productos importados.
La evidencia empírica ha demostrado que las populistas y rentistas medidas de control de precios, de proteccionismo, de regulación de las conductas de operadores económicos y consumidores, son ineficientes en términos de proveer productos a bajos precios. Esas medidas encarecen los costos por los trámites añadidos para cumplir con los controles de la burocracia; encarecen el costo de la misma burocracia porque se requiere más para crear formularios, revisarlos y volverlos a crear; inducen a corrupción y mercados negros. Ipiales para los pobres y la clase media, y Miami para los ricos y los nuevos ricos, es la forma natural de recuperar el cauce incontrolable del mercado. O simplemente cae el consumo con los efectos depresivos en la economía.
Peor aún: por esta distorsión, el productor local empuja sus precios hacia arriba que pagan aquellos que, por algún motivo, no pueden huir por las fronteras para que su dinero rinda más. ¿Entenderán de este efecto regresivo los socialistas hacedores de políticas tan absurdas?
Pueden darse piruetas de los publicistas intentando convencernos de que ser patriota es consumir “primero lo nuestro”, o que se es traidor por consumir importado. Naturalmente el consumidor buscará pagar menos por lo mismo. Por ejemplo, si una camisa de reconocida marca internacional cuesta en la red 85 dólares y, a punta de aranceles, impuestos y patriotismo cuesta 165 dólares, es imperativo concluir que el comprador hará todo lo posible por pagar el menor precio.
Como excusa alegan que hay que proteger la dolarización evitando que los dólares migren hacia el exterior. ¿No será más sensato, más de sentido común, más acorde con visiones económicas contemporáneas y no añejas que, en vez de provocar este encarecimiento de los productos para evitar que aumenten las importaciones, creen condiciones para que aumenten las exportaciones? Cierta conmiseración provoca la defensa correísta en el sentido que han trabajado en favor de la competitividad; concepto que es relevante cuando hay competencia, acuerdos de libre comercio, libre concurrencia de productos y no restricciones, proteccionismo y mercados cerrados.
Otra fuente de incremento de costos de los servicios y productos ha sido el encarecimiento de las obligaciones laborales y las nuevas restricciones a la contratación. Eliminaron el contrato por horas, la intermediación y tercerización; actividades que demandan contratar por jornadas de trabajo inferiores al normal y ahora deben ser mantenidos como trabajadores fijos. Se encareció el retiro voluntario sancionando al empleador con un 25% de salario en el momento en que un trabajador renuncia. No se diga los aumentos salariales que siempre han estado por encima de la inflación y no han ido acompañados de productividad.
Fallida década. Lástima que la mayoría, hoy minoría, decidió entregarla para una aventura tan costosa. Y que deja más desempleados que cuando empezó.
Autor: Diego Ordóñez
Fuente: 4Pelagatos