Presidente,
Última carta de esta serie que buscaba ser una experiencia epistolar y, sobre todo, periodística. Escribir al Presidente es escribir sobre el Presidente. Se ha probado que con usted se puede hacer, en ciertos días, varias cartas. Eso ocurre porque es demasiado visible, preponderante, determinante e imprescindible en este gobierno. Todo.
Escribir sobre usted es intentar reflexionar sobre el poder y sobre su relación con la sociedad. Es un tema cardinal. Usted ha exacerbado muchos de los rasgos de la sociedad. Ha puesto en jaque algunos, ha agravado otros. Estas cartas han querido mostrar, entre otras cosas, que usted representa un poder con características desconocidas en Ecuador.
Ningún poder, ningún Presidente, había logrado llenar tantos campos en el ramillete de imaginarios del país. Usted fue una esperanza para reinventar la política, el perfil de líder, el rumbo económico, la idea de justicia y equidad; muchos creyeron que con usted se modernizaría la cultura, florecerían las minorías, el país se conectaría con las nuevas corrientes mundiales, los temas de género, ecología, nuevas libertades tendrían espacio en las agendas públicas…
Usted llenó muchos campos porque había muchos vacíos. Y, al igual que Mauricio Rodas, que cree que es alcalde de Quito por sus méritos y no por hartazgo, usted se equivocó: pensó que la confianza monumental que los ciudadanos depositaron en usted incluía el pedido de llevarlos a la fuerza al supuesto socialismo, del cual usted se siente un precursor. Usted, en vez de transformar las agendas de los ciudadanos en espacios de interacción e interlocución con ellos, creyó que su tarea era borrarlos del escenario y crear la ficción de que usted debía ser poder y sociedad al mismo tiempo.
Usted representa un poder desconocido en Ecuador porque su proyecto es la mayor estafa política de la historia. ¿Quién le dijo, Presidente, que el ecuatoriano promedio aspira a vivir como en Cuba? Si hay millones afuera, sobre todo en Estados Unidos, es precisamente por lo contrario: porque creen en ellos. En su esfuerzo. En sus sueños. Porque arriesgan sin esperar nada del Estado. Eso hacen los migrantes del mundo entero. ¿Quién lo convenció, Presidente, de que un proyecto, nacido de los movimientos sociales, debía convertir a los ciudadanos en clientela suya? ¿Quién le dijo que el sueño de este país, pacífico y con tantas agendas de integración pendientes, era levantarse unos contra otros?
Su gobierno ha tardado en desmoronarse y usted cree que es por las razones que expresa su propaganda. La razón quizá está en otra parte: su poder no depende de una amalgama política de fuerzas. Su poder es la expresión de la mayor confluencia de imaginarios (sociales, políticos, culturales, interculturales…) en décadas en Ecuador. Eso y no sus habilidades; eso y no el supuesto genio de sus publicistas, lo cubrió de teflón durante años.
Usted no entiende de esas cosas. Usted creyó que esas razones lo autorizaban a cristalizar sus pretensiones autoritarias. ¿Se equivocó el país que, cansado y ávido de cambios depositó en usted toda la confianza y lo hizo a ojo cerrado? Usted lo estafó. Pero como se trataba de imaginarios, de convicciones, de fe casi ciega, la erosión que usted sufrió fue leve y lenta. Usted creyó que su tarea era hacer obras, como cualquier alcalde. Y agregó su conservadurismo impresionante y su perfil de autoritario enardecido. Usted creyó que podía canjear esas obras por poder absoluto. Y el país lo toleró. La historia lo recordará como un mandatario 4×4, híper activo y terriblemente reaccionario.
Su ciclo acabó Presidente, como terminó el de Hugo Chávez y los Kirchner. La pelota ya no está en su campo, donde solo hay angustia por tapar los huecos, comprar tiempo y cubrir la retirada. El problema –enorme problema– lo tiene la sociedad que tras haber puesto todo en sus manos y percatarse de la estafa política, no sabe cómo enfrentar su decepción y desasosiego. Muchos siguen creyendo que hay que golpear las puertas de los cuarteles, maldecirlo o cerrar los ojos y soñar que algún día amanecerá otra persona en Carondelet…
Más que usted, que tiene mucho pasado y un tris de futuro, es la sociedad la que tiene todas las papas calientes en sus manos. Es pensando en ella, Presidente, que este pelagato escribió esta serie de 30 cartas que hoy termina.
Autor: José Hernández
Fuente: 4 Pelagatos
Última carta de esta serie que buscaba ser una experiencia epistolar y, sobre todo, periodística. Escribir al Presidente es escribir sobre el Presidente. Se ha probado que con usted se puede hacer, en ciertos días, varias cartas. Eso ocurre porque es demasiado visible, preponderante, determinante e imprescindible en este gobierno. Todo.
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Artículo de José Hernández: "Usted es una estafa política, Presidente" |
Escribir sobre usted es intentar reflexionar sobre el poder y sobre su relación con la sociedad. Es un tema cardinal. Usted ha exacerbado muchos de los rasgos de la sociedad. Ha puesto en jaque algunos, ha agravado otros. Estas cartas han querido mostrar, entre otras cosas, que usted representa un poder con características desconocidas en Ecuador.
Ningún poder, ningún Presidente, había logrado llenar tantos campos en el ramillete de imaginarios del país. Usted fue una esperanza para reinventar la política, el perfil de líder, el rumbo económico, la idea de justicia y equidad; muchos creyeron que con usted se modernizaría la cultura, florecerían las minorías, el país se conectaría con las nuevas corrientes mundiales, los temas de género, ecología, nuevas libertades tendrían espacio en las agendas públicas…
Usted llenó muchos campos porque había muchos vacíos. Y, al igual que Mauricio Rodas, que cree que es alcalde de Quito por sus méritos y no por hartazgo, usted se equivocó: pensó que la confianza monumental que los ciudadanos depositaron en usted incluía el pedido de llevarlos a la fuerza al supuesto socialismo, del cual usted se siente un precursor. Usted, en vez de transformar las agendas de los ciudadanos en espacios de interacción e interlocución con ellos, creyó que su tarea era borrarlos del escenario y crear la ficción de que usted debía ser poder y sociedad al mismo tiempo.
Usted representa un poder desconocido en Ecuador porque su proyecto es la mayor estafa política de la historia. ¿Quién le dijo, Presidente, que el ecuatoriano promedio aspira a vivir como en Cuba? Si hay millones afuera, sobre todo en Estados Unidos, es precisamente por lo contrario: porque creen en ellos. En su esfuerzo. En sus sueños. Porque arriesgan sin esperar nada del Estado. Eso hacen los migrantes del mundo entero. ¿Quién lo convenció, Presidente, de que un proyecto, nacido de los movimientos sociales, debía convertir a los ciudadanos en clientela suya? ¿Quién le dijo que el sueño de este país, pacífico y con tantas agendas de integración pendientes, era levantarse unos contra otros?
Su gobierno ha tardado en desmoronarse y usted cree que es por las razones que expresa su propaganda. La razón quizá está en otra parte: su poder no depende de una amalgama política de fuerzas. Su poder es la expresión de la mayor confluencia de imaginarios (sociales, políticos, culturales, interculturales…) en décadas en Ecuador. Eso y no sus habilidades; eso y no el supuesto genio de sus publicistas, lo cubrió de teflón durante años.
Usted no entiende de esas cosas. Usted creyó que esas razones lo autorizaban a cristalizar sus pretensiones autoritarias. ¿Se equivocó el país que, cansado y ávido de cambios depositó en usted toda la confianza y lo hizo a ojo cerrado? Usted lo estafó. Pero como se trataba de imaginarios, de convicciones, de fe casi ciega, la erosión que usted sufrió fue leve y lenta. Usted creyó que su tarea era hacer obras, como cualquier alcalde. Y agregó su conservadurismo impresionante y su perfil de autoritario enardecido. Usted creyó que podía canjear esas obras por poder absoluto. Y el país lo toleró. La historia lo recordará como un mandatario 4×4, híper activo y terriblemente reaccionario.
Su ciclo acabó Presidente, como terminó el de Hugo Chávez y los Kirchner. La pelota ya no está en su campo, donde solo hay angustia por tapar los huecos, comprar tiempo y cubrir la retirada. El problema –enorme problema– lo tiene la sociedad que tras haber puesto todo en sus manos y percatarse de la estafa política, no sabe cómo enfrentar su decepción y desasosiego. Muchos siguen creyendo que hay que golpear las puertas de los cuarteles, maldecirlo o cerrar los ojos y soñar que algún día amanecerá otra persona en Carondelet…
Más que usted, que tiene mucho pasado y un tris de futuro, es la sociedad la que tiene todas las papas calientes en sus manos. Es pensando en ella, Presidente, que este pelagato escribió esta serie de 30 cartas que hoy termina.
Autor: José Hernández
Fuente: 4 Pelagatos